Miles de personas en todo el mundo se han sometido alguna vez a alguna prueba médica (desde resonancias magnéticas a test análisis genéticos, por ejemplo) en el marco de un estudio clínico. Los que participan en esta clase de investigaciones lo hacen porque cuentan con que su privacidad está a salvo, pues no se conservan datos que permitan identificar a los sujetos que participan en las mismas.
Por desgracia, el límite que establecía hasta ahora qué clase de datos pueden considerarse ‘seguros’ en ese sentido puede haber quedado obsoleto por culpa de los avances en el campo del big data y de la inteligencia artificial.
Eso afirma al menos un equipo de investigadores de la Clínica Mayo, que acaban de publicar en la ‘New England Journal of Medicine’ los resultados de un experimento con el que demuestran que es posible reconstruir el rostro de una persona gracias a los datos recogidos en una resonancia magnética de la cabeza, permitiendo después someter la reconstrucción a un software de reconocimiento facial basado en Azure. Con éxito.
Los investigadores reclutaron a 84 voluntarios, de edades comprendidas entre los 34 y los 89 años, que recientemente se hubieran sometido a alguna resonancia magnética durante un estudio clínico. Se fotografió a los voluntarios desde cinco ángulos distintos, y se procedió a intentar reconstruir sus rostros a partir de los datos disponibles: la resonancia magnética permite captar elementos como el contorno de la piel, la grasa intramuscular y la médula ósea del cráneo, pero no otros muy útiles, como el hueso o el cabello.